Las perspectivas sobre la cultura visual expuestas en esta obra de Fernando Hernández están relacionadas entre sí, pero son muy distintas en su esencia y significado final. Cada una de ellas plasma una manera de ver la cultura visual; una manera de afrontar esa realidad en las aulas de nuestros centros educativos.
La primera de ellas es la perspectiva proselitista, la cual ve la cultura visual como una corruptora de categoría de lo que los niños y niñas perciben por sus sentidos. Según esta teoría, la conducta de los jóvenes estará directamente inducida por lo que perciban de la realidad visual. Difiero totalmente de esta afirmación, ya que creo que los jóvenes, muy especialmente en los días que corren, están más que acostumbrados a recibir todo tipo de estímulos externos que los incitan a hacer aquello o esto otro. Tal saturación de estímulos provoca la distracción del joven, y la discriminación de los mismos, lo cual trae como consecuencia una dotación efímera de importancia por parte del joven hacia esos estímulos. De esta manera pretendo explicar que sí, hay muchas manifestaciones de la cultura visual que son dañinas, o no políticamente correctas, pero los jóvenes no las otorgan excesiva importancia y no controlarán sus conductas.
La perspectiva analítica, sin embargo, no se mete a valorar la adecuación o no de las manifestaciones de la cultura visual. Lo que pretende es ortorgar de sentido crítico a los receptores de esas manifestaciones: los jóvenes. Y es eso precisamente, en mi opinión, lo que hay que hacer: enseñar a nuestros alumnos/as a aceptar aquello que según su juicio personal es correcto, y discriminar y rechazar aquello que según ese mismo juicio no es correcto, o es necesario apartar. Es decir, crear sujetos críticos, con sus propias ideas y creencias, y de esta manera evitar sumisiones o sujetos pasivos y dominados. Esta es una de las tareas que tenemos los docentes y los padres. Y es esto precisamente lo que hay que conseguir.
La perspectiva de la satisfacción es la que podemos observar en la mayoría de los centros educativos actuales. Podremos observar figuras, cuadros, fichas, etc., ambientadas en películas Disney, o personajes de Pixar… todo ello fundamentado en el hecho de que a los niños y niñas les gusta. Pero esto no sería lo correcto a mi juicio. Esto no les ayuda a los jóvenes a descartar, a discriminar; simplemente les ayuda a reforzar su gusto por algo que ya les gustaba de antemano. Este sistema puede valer para motivar al alumno en alguna actividad, pero no para formarle visualmente.
Por último, la perspectiva autorreflexiva nos aporta un punto de vista más que interesante, pero en mi opinión, difícil de aplicar. El hecho de no pedagogizar ciertos conceptos culturales y sí otorgarles de un sentido popular y definitorio, es una teoría que sobre el papel queda muy bien plasmada, pero que en la práctica conlleva una dificultad, en mi opinión, demasiado profunda. Yo creo que pedagogizar ese tipo de experiencias es lo que hoy hay que empezar a hacer, buscar experiencias significativas, que relacionen lo que los niños aprenden en la escuela con lo que tienen en casa o lo que les pasa en su día a día. Todo lo demás, será trabajo extra que, por unas causas o por otras, en la práctica, no se podrá aplicar.
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